Por: Filipo Ocádiz
Desde su invención, algunos miles de años atrás, la democracia no ha tomado nunca el control total de las sociedades que la practican. En algún punto los grupos humanos que se forman, naturalmente fallan. Siempre habrá un grupo que preferirá la obediencia a la razón. Nada más natural que eso también. Así que no estamos tan preparados para vivir una democracia plena. Una democracia que llegue a todos. Aunque, por otro lado, podríamos empezar, así como empiezan las leyes, a fuerza, y eso sería irónico.
Hay muchas instituciones creadas por la sociedad en la que vivimos, que son muy poco democráticas. Por ejemplo, al Instituto de Antropología e Historia, como sociedad por vía del presidente en turno, le damos la facultad a través de la directora o director, de hacer lo que sabe hacer. De otra forma, el puesto, en teoría, lo debería ocupar un antropólogo o historiador, alguien que se desempeñe en esa área del conocimiento. Como ciudadanos, poco o nada -a menos que se afecten piezas históricas (por desgracia ya ha pasado)- podemos hacer para llevar el rumbo correcto de dicho instituto. Así que la jerarquía es el primer obstáculo para ejercer la democracia plena.
Lo anterior no es un problema. En toda sociedad deben existir las jerarquías para que alguien electo por todos, sea quien ejecute el mandato. Por supuesto, lo anterior no se aplica a las organizaciones privadas, aquellas que buscan el lucro. Eso solo se logra jerarquizando. Entonces, no puede existir la democracia total. Pero, ¿Hasta dónde se puede llevar la democracia?
Fuera de los ámbitos de gobierno hay poco donde pueda funcionar. Los sindicatos son uno de esos componentes, pues lo que afecta a uno, afecta a todos. El otro son los partidos políticos. Extrañamente no están propiamente en el ejercicio de gobierno, aunque es lo que buscan.
Siendo parte fundamental de la democracia, los partidos nacen para darle a los ciudadanos la oportunidad de encontrarse con personas que tienen una forma parecida de pensar. Son parte de otras partes de la sociedad, por decirlo de algún modo. La materia prima de los partidos políticos son las bases, los afiliados, pero sobretodo, los militantes. Militante es el que va a reuniones y difunde los logros del partido. Son los militantes los que convencen a más personas de afiliarse y claro, por qué no, de hacer carrera política. Lo importante es que son quienes dan vida a una organización política. Como en todo lo humano, existe una jerarquización dentro del partido. En algunos partidos, se tomaron las medidas más democráticas posibles para elegir a quienes conducirán al partido por un algún lapso. Otros no partidos son cuasi antidemocráticos. Así que en un partido que, desde su base y estatutos, es la democracia la que conduce las decisiones fundamentales del mismo, debe ser porque está preparado para tener democracia plena.
Aquí es donde Morena encontró una buena fórmula y creó el Consejo Nacional, máxima instancia de decisión en el partido. Un órgano plural y autónomo que puede tomar sus propias decisiones. Muy bien todo hasta aquí, sigue siendo muy democrático y todo, pero como que hace falta algo: Más democracia. Todos debemos participar en las decisiones, por ejemplo, lo hecho por la militancia en Nuevo León donde se hizo patente el descontento por una posible candidata. Así que los militantes y afiliados debemos alzar la voz para exigir lo que por derecho nos corresponde: ¡Decidir quiénes pueden y deben ser nuestros candidatos!
Suena muy bien, pero vuelvo a la ironía. A nosotros, animales de costumbres, nos cuesta mucho trabajo aceptar hacer algo nuevo. Tal vez ha llegado el momento de plantear nuevos estatutos, al menos en Morena, para que sea una obligación de todo afiliado participar de los asuntos del partido. Bueno, de aquí puede salir mucho más. En otras palabras, hay que ser muy antidemocráticos para obligar a alguien a ser democrático. Para hacerlo peor, la democracia solo puede permear hasta cierto punto, porque de otra forma dejamos de funcionar como sociedad.
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